El vallenato: una poesía existencial

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El vallenato es una poesía eterna, con la que nacimos, nos criamos y en la actualidad convivimos aquellos que amamos este ritmo musical que estrecha amores, une familias, fortalece amistades y deleita los momentos más apasionantes de nuestras vidas.

El son, el merengue, el paseo y la puya, agitados por instrumentos poderosos que retumban en el más recóndito lugar de nuestras almas y por letras paridas de compositores que tejen la bohemia con la inventiva propia de las realidades que inspiran a ser inmortalizadas en una canción; ellos son la vida de un vallenato puro que trasciende fronteras y que se ha logrado meter en cada rincón del mundo. Ese vallenato puro y sentido, es Leandro Díaz, Rita Fernández, Rosendo Romero, Lucy Vidal, Chiche Maestre y todos los juglares que nos han dado vida a través de sus composiciones, su canto y sus interpretaciones.

El vallenato es una herramienta para el tejido social, para mitigar diferencias, generar hermandades, conquistar y conectar el pasado con el presente y futuro mediante historias que surgen de vivencias que involucran de manera expedita el sentir de los y las poetas que crean las mejores canciones que estremecen nuestra alma al son de acordeones y guitarras.

Camino a la salvaguarda del vallenato

Es hora de reorientar la música vallenata a su gran misión, de generar amor y esperanza; y la mujer tiene mucho por aportar en esta apuesta. Para ello es necesario que los hombres estén dispuestos a ser aliados de ese proceso de inclusión, igualdad y equidad. Este es uno de los senderos para lograr la salvaguarda del vallenato: es la mujer como un género con todas las garantías para transitar y desplegar con libertad el talento musical.

Asimismo, retornar a la fuente del vallenato clásico, a las composiciones sentidas y humanizadas, a esas letras que inspiraban a amar, a hacer lo bueno; el vallenato no puede seguir desdibujando su esencia por un fenómeno mercantil (bastante dañino) en el que busca parecerse a lo que vende y no a lo que construye y permanece; por ello, hay clásicos como Matilde Lina, la Vieja Sara, Luna Sanjuanera o El cantor de Fonseca que jamás serán olvidados, porque son la demostración de la música genuina que teje la naturaleza, los costumbrismos, el amor y las anécdotas con la creatividad provinciana que se inmortaliza.

El camino a la salvaguarda es que el vallenato reúna a los otros ritmos musicales, que los influencie y los alimente, no lo contrario, no es desvirtuar lo propio por acomodarse a la moda, sino que nuestros ritmos se inmortalicen y abracen a otros sin perder su esencia; porque nuestra música vallenata es originalidad, es pueblo, provincia, costumbres y jocosidad.

Por ello, la ruta que deben tomar los diferentes festivales, es promover las nuevas generaciones con el respeto por la tradición, porque ello garantiza que a pesar de todas las nuevas formas (que son válidas) se mantenga una esencia que nos identifica y es el vallenato que lleva el sabor del cerro pintao de Villanueva, del Guatapuri, de la luna sanjuanera, de las muchachitas de Barrancas, como las describía Leandro Díaz, de la vieja Sara, como nos los contó Escalona, y la sombra perdida de Rita Fernández.

El vallenato tiene todo para nunca morir, tiene todo para siempre permanecer y es necesario que hombres y mujeres trabajemos para que las nuevas generaciones gocen de esa música única y especial con sabor a caribe, a mar, a matronas, a historias, a pueblo, a amores genuinos y a sabios de la vida que nos han heredado el tesoro más inspirador, una música pura y propia que transforma y conmueve corazones.

Viva el vallenato y toda su infinita majestuosidad y que sigan sonando los buenos paseos, merengues, puyas y sones que hacen vibrar de emoción a cualquier corazón, al propio y al forastero, al joven y al adulto, pues no hay una reunión de amigos que en nuestra querida Guajira y el Cesar, no termine con un buen clásico vallenato de esos que nos llevan a abrazar y a gritar a todo pulmón esos coros inolvidables con los cuales, crecimos y moriremos felices.

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