Parece que fuera ayer…
Cualquier parecido con la actualidad es “simple coincidencia”
N. de la D.: Este artículo de febrero 1 de 2010 hará parte de un libro ya en edición, muy próximo a publicar.
El tema de la universidad pública en el Cesar, tan degradada como aparece registrada, amerita muchos debates y compromisos de todos los estamentos sociales para efectivamente lograr ponerla al servicio del territorio, arrebatándoselas a la cultura perversa (léase politiquera) que hoy la domina.
Ayer registramos en nota editorial el interesante foro sobre la educación superior. Hoy llovemos sobre mojado en el empeño de concitar el interés y compromiso de estamentos sociales ‘externos’ para que arrimen sus hombros en la reivindicación de nuestra UPC, que sin academia al servicio del territorio es un imposible fáctico alcanzar algún grado de desarrollo.
La UPC parece signada por las ‘siete plagas de Egipto’, aunque no sería objetivo ni justo atribuirle su causación exclusivamente a los estamentos internos, que sin excepción la han pervertido en una plaza de mercado donde todo se negocia, educándose a la juventud fundamentalmente en mala ciudadanía.
A los sectores externos de la universidad (gremios, sociedad civil, egresados, ex rectores) les cabe tanta culpa como a los internos, bien por acción porque sus representantes en las instancias directivas no han dado la talla en el direccionamiento y control político, bien por omisión, porque se ha dejado a su suerte, sin aportarle ideas, sin aportarle recursos financieros, sin reconocerla ocupándola, sin fiscalizarla, sin defenderla de las tropelías conocidas.

Lo dicho. A la UPC deben rodearla los sectores público y privado, demandándole los servicios propios de la universidad; hay que creer en ella. Sin embargo, ahí está la médula del asunto. ¿Cómo se cree en una universidad que no es prenda de garantía, que aparece en lugares de retaguardia en cuanto a calidad de su educación y que a menudo es pieza de escándalo por su ya entronizada ‘vocación’ politiquera, que todo lo daña y lo pudre?
La universidad debe ser una instancia emblemática blindada a las prácticas perversas tan propias del mundillo politiquero; la universidad no puede ser pieza de caza de los grupos predadores que se han enraizado en el territorio. Por el contrario, debe tener la capacidad de salir incólume de esos embates y educar para enfrentarlos.
Y es lo que no ha ocurrido, a juzgar por los antecedentes. Los últimos lustros de la universidad han sido un desastre. Profesores y estudiantes asesinados. Funcionarios enjuiciados y encarcelados con ocasión de sus funciones. Un Consejo Superior subalterno del clientelismo del rector o gobernador de turno, cuyos miembros malgastan su tiempo complotando entre si. Reducción de sus profesores de planta, aquellos que acrisolan su calidad de docente. Aumento desmedido de los profesores catedráticos y ocasionales, nombrados y removidos al gusto y capricho del rector de turno, para garantizar obsecuencia y perpetuidad. Acceso y sostenibilidad de profesores y estudiantes por tráfico de influencia o prácticas indecentes (acoso, compra de notas, etc.). En resumen, una academia colonizada y sojuzgada por el terror y la politiquería.
También es notoria la falta de sindéresis de los rectores que llegan. Con sólo sentarse en el poderoso sillón de la rectoría, se opera un automático cambio de postura, y si no, mírese a los rectores encargados. A pesar de su provisionalidad, provocan sin más ni más despidos a tutiplé. En fin, toda la universidad en interinidad. El actual no ha sido la excepción: acaso de buena fe, privilegia a los profesores de planta para los cargos administrativos, donde no tienen experiencia, perjudicando a una academia famélica, donde si son doctos.
La universidad, y menos la UPC que vive una aguda crisis, puede darse el lujo de no trabajar en serio (la interinidad frena la capacidad laboral). Lo primero que debe restringir una provisionalidad son las novedades burocráticas y los excesos contratocráticos, inclusive para desestimular la disputa a dentelladas de tan apetitosa presa.
La principal damnificada, después de la propia academia, es la credibilidad institucional. ¿Cómo creer y apoyar a un centro universitario que va de tumbo en tumbo? ¿Cómo confiar en un centro universitario que padece al tiempo tantas patologías?
El Cesar precisa repensarse a partir de su educación, tomando como pilar a su universidad pública. El reto es inmenso y es necesario abordarlo entre todos y con urgencia. El tiempo que pasa juega en contra del desarrollo del territorio.