Por: Rafael Oñate Rivero*
Al iniciar este escrito me tiembla el pulso. Una lágrima perniciosa descuella en mi mejilla derecha y acelera el cumulo de evocaciones y emociones parranderas que aún guardo en mis sentimientos al traer a tiempo presente un sinfín de ocurrencias habidas al lado del trovador insuperable.
Cuando Muera, quiero dejar una historia
de canciones y de versos un rosario
si algún día llego a ser sexagenario
pido a Dios que no se gaste mi memoria
pa´cantarlos en el infinito, algunos versos bonitos
y dejarlos bien guardados, para después de enterrado
cantárselos a Jesucristo.
– Lo que Siento
Paseo
En el Tablazo, un pequeño caserío del Municipio de San Juan del Cesar en el Departamento de su Guajira, nace en el recoveco de la humildad, un rapsoda que nombraron Hernando José Marín Lacouture, el hijo de Bolívar y Ana Petronila, predestinado a cumplir en el itinerario de su juventud los trayectos productivos de su vida pletórica de regocijos entre Codazzi, Becerril, El Tablazo, Boca el Monte y Pondorito.
Su obra de tradición innata y para el infortunio inmortal, crece en el ámbito ataviado de cardones, trupillos y tunas, tierra fértil donde brotó la templanza morena del rebelde y carismático canta-autor que fraguó numerosas travesuras creando versos y cantos vallenatos en el lomo de un burrito, al que bautizó “Placeres tengo”, el cómplice de todos sus actos, entre ellos, aquel cuando Soto lo atrapó por las letricas de sus guaireñas que quedaron pintadas en el barro. O el mismo que le acompañó por caminos y veredas con su rebuznar en la entonación alegre del coro fugaz, de palabras que surcaban el viento y en la atmosfera quedaba calada la fronda de corridos y rancheras.
Marín fue un furibundo seguidor de los pasos de Atahualpa Yupanqui, el campesino raizal de las pampas argentinas y con su guitarra pregonera idealizó un maridazgo insuperable, un contubernio que es el prototipo de una temática narrativa costumbrista que por lo regular siempre nos sorprendió con su inspiración y la sorpresa de la musa enamorada:
Cuando Duerme la Guitarra
Atahualpa Yupanqui
Yo le pregunto a la noche
cuándo duerme la guitarra
yo que la siento rezar
un salmo en la madrugada
un paseo por la tarde
un merengue por la mañana
un son quemando vida
con amor, con pena y rabia
¡Ay! Noche si me dijeras….
cuándo duerme mi guitarra…
(Un símil con el original de su autor)
Nunca, Marín, tu guitarra siempre sufrió de insomnio bohemio.
Era un culto a la inocencia y el comienzo de un cantor que poseía la energía desbordante del muchacho que cargaba a hombros la necesidad de subsistir, actitudes espontáneas que lo llevaron a burlar los cercados de alambres de púas de las rozas para escabullirse por los sembrados de Francisco Daza, de José María Jiménez, de Pedro Amaya y el viejo Saturnino. ‘Nando’ se metía a recoger frutas y cortar caña a hurtadillas. Sin percatarse que Soto lo estaba chequeando.
Yo soy el cantante del Pueblo
yo soy quien defiende a la población
allá donde no llega el Gobierno
allá es donde nace mi triste canción
– La Ley del Embudo-o- El Cantante del Pueblo
Paseo
En la letra de su obra Nando Marín acumula todas las facetas del comportamiento humano, su contenido es la respuesta a mil emociones, ya que componía sus canciones, las cantaba, las consentía, lloraba, reía y por ratos se mostraba temperamental. Es más, dejó escuchar y elevó su voz como un símbolo sonoro de protesta y adoptó el canto vallenato como la declaratoria de la inconformidad social.
Hay personas que en la vida no saben agradecer
si les dan ese valor que en realidad se merecen
y es aquel montón de hombres y mujeres
que luchan incansablemente pa´educar a la humanidad
– Los Maestros
Paseo
Nando tenía retratado en su corazón el potencial de sus amores; cantó a la Guajira, la península desértica que lo vio nacer; a Valledupar, su patria chica por adopción; a Ana Petronila, su querida madre; a Águeda Granadillo, su madre de crianza; a Edelmira Corrales, la madre de Ana Celis y Ana Tatiana, a quienes ‘hipotecó’ todo su amor sin vacilaciones, exteriorizando en sus versos gran parte de sentimientos y pasiones.
Con la Guitarra en andas, alcahueta compañera de sus cuitas, mitigadora de sus penas, endulzó las amarguras que estampan el semblante de los enamorados, de la ilusión y la esperanza con melodías que germinan en lo profundo del corazón adolorido de quien desea ser amado.
Así quise evocar a Nando Marín, trece años después de su sensible partida. Para reafirmar la admiración y el respeto que por su amistad aún profeso, dejo sobre su tumba el trazo indeleble de uno de los versos de su majestuosa obra:
Y les dejaré a mis amigos
con quienes parrandié tantas veces
mis recuerdos florecidos
de mi tristeza delirios
y de llanto risa alegre.
* tierradecantores@gmail.com