Los puntos sobre las íes puestos por Daniel Samper Pizano en su columna Cambaleche (El tiempo, domingo), referente a la vida o muerte de la música vallenata, ha alborotado el paraco. En buena hora, pues si algo merece y necesita debatirse con urgencia, rigor y sostenibilidad, ese algo es nuestro folclor vallenato, arco toral de la vallenatía.
Sostiene Samper, a quien no puede descalificarse por cachaco porque en materia de vallenatos sabe tanto como el que más, que la música vallenata se está suicidando por la actual mala calidad de sus composiciones, que obedece más al utilitarismo aupado desde las casas disqueras. Algunos contradictores son menos pesimistas y atribuyen el Apocalipsis de Samper a la inveterada costumbre de rechazar cuantos cambios acaecen en la evolución musical. Así, afirman, se rechazó en su momento a Alfredo Gutiérrez, al Binomio de Oro, a Carlos Vives, a la Nueva Ola, y pese a todos ellos, el vallenato ‘goza de buena salud…’ gracias justamente a la inyección innovadora de cada uno de estos grandes mentados.
No se puede ser más papista que el papa, y menos en ausencia de papa. Es lugar común reconocer, sobre todo por los estudiosos, el decaimiento de la canción (letra, mensaje) vallenata – muy lejos en poesía, en descripción, en metáforas, en la hermosa sencillez de aquellos clásicos que han pervivido décadas y décadas y que son el deleite y el imán para que la música nuestra hiciese la diáspora en lo nacional y se abriera camino en lo internacional.
La ejecución instrumental se ha preservado, sin duda gracias a las escuelas del vallenato, en especial la del maestro ‘Turco’ Gil, quien ha escrito con tinta indeleble su impronta en la historia. Se ha conservado y mejorado esa ejecución enraizada en los cánones de la tradición folclórica vallenata, madurando inclusive biches a muchos jóvenes que ya hoy son maestros.
Pero no ha ocurrido otro tanto con el canto vallenato. No se ha cultivado su esencia, dejándose expósito para que los agiotistas de la música hagan de las suyas abusando del poder infinito del dinero. Así como se fomenta y preserva la ejecución instrumental merced a escuelas reconocidas, así también podrían crearse con buena idoneidad para garantizar esa belleza folclórica de nuestros cantos.
La pretensión no sería la de clonar a un Escalona Martínez, a un Zuleta Baquero, a un Leandro Díaz, a un Calixto Ochoa, a un Gutiérrez Cabello, o a cientos y cientos de buenos compositores como ha parido el folclor vallenato, pues cada época trae lo suyo, incluida forma y contenido de expresión. Por lo menos, las escuelas de canto si podría inocularle al joven una buena dosis de blindaje para enfrentar la plaga del comercio disquero. No es tarea fácil, ciertamente, dado el poder avasallador del dinero en una sociedad dominada por los afanes del enriquecimiento facilista.
Razón tiene Samper cuando afirma que la ola comercial le está ganando el pulso al folclor, con los agravantes de una movilidad social mediática enamoradora para las nuevas generaciones, y una expansión geográfica con un mercado enamorable más apetitoso para las casas disqueras. ¿Cómo desestimular los ímpetus comerciales? ¿Cómo regular la calidad de las canciones? ¿Cómo preservar nuestro folclor ante el folclor inmigrante que abraza una densa población que habita nuestro territorio? Son luchas de culturas, y por lo mismo, no puede dejársele a la inercia su conservación; más bien debería actuarse en su protección y cultivo prevalidos de su importancia para la supervivencia de nuestro folclor.
Reiteramos. Dejar que la inercia actúe en solitario es un suicidio para la música vallenata y un suicidio para la supervivencia folclórica nuestra. Las innovaciones no pueden evitarse, son connaturales a la especie humana, pero pueden y deben respetar lo esencial, y eso esencial es lo por resaltar y fomentar. Es tarea ardua, y de toda la vida, pero el cuidado de la vida también es de toda la vida. A menos que queramos suicidarnos.