Tomado de: La revista Panorama Cultural Autor: Luis Carlos Ramírez Lascarro
El vallenato es, muy seguramente, la música popular colombiana sobre la que más se ha escrito y se ha hablado, desde grupos de WhatsApp hasta libros con una sólida reputación de verdad establecida, pasando por encuentros de investigadores y tertulias de borrachos en la madrugada, espacios en los cuales encontramos aportes de meros opinadores, melómanos, coleccionistas e incluso de miembros de la Academia, aunque estas disertaciones son realizadas en pocas ocasiones desde el ámbito musical, que debe ser el principal ámbito tenido en cuenta al abordarla.
Es una música en la cual, como en la mayoría de las músicas populares de Colombia y seguramente América Latina, se mantiene una permanente tensión entre la tradición y el comercio, lo auténtico y lo espurio, lo autóctono y lo advenedizo, llegando a configurarse un doble discurso, bastante generalizado, pues a la vez que se institucionaliza un evento que pretende preservar lo más puro y auténtico del folclor, como el Festival de la leyenda vallenata, sus eventos principales se centran en los grupos de más renombre comercial en la actualidad, incluidos algunos extranjeros.
A estas alturas todos creemos saber qué es y qué no es el vallenato, sin embargo, si se analizan con detenimiento las variadas definiciones que se tienen disponibles, se encuentra que muchas de ellas son ambiguas e incorrectas.
En este artículo se revisarán las diferentes definiciones acerca del vallenato, analizando sus implicaciones, en procura de mostrar no solo las ambigüedades sino las imprecisiones e incorrecciones que puedan tener, por lo que sería necesario reformularlas o, por lo menos, tener de presente, el grado de pertinencia que tienen.
Definiciones del Vallenato
Al buscar en Google la palabra vallenato, aparece la siguiente definición, de acuerdo a los diccionarios de la Universidad de Oxford: Composición musical latinoamericana, mezcla de merengue, son y otros ritmos de procedencia negra, blanca e indígena. Esta definición desterritorializa, en primera instancia, al vallenato, lo saca de su contexto de origen y lo sitúa en casi todo el continente, lo que, sumado a los ritmos que dice lo conforman, da cabida a que se puedan considerar como vallenato al montuno cubano o al pericorripiao dominicano, por solo nombrar dos de las músicas más conocidas de Latinoamérica y que son, también, mezcla de lo negro, blanco e indígena. Esta definición no es precisa ni correcta.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, lo define como: Música y canto originarios de la región caribeña de Colombia, normalmente con acompañamiento del acordeón. Esta definición tampoco es precisa, aunque si es un poco más correcta, al referirse a la región caribe como su territorio de origen y al acordeón como el instrumento líder de su formato instrumental; sin embargo, no tiene en cuenta que varias otras músicas y cantos del caribe colombiano se pueden definir de la misma manera: El pasebol, El jalaito y La guaracha, por ejemplo. Esta definición abarca a todas las músicas de acordeón del caribe colombiano, no sólo al vallenato.
Al buscar en la página web de la UNESCO se le encuentra definido así: es un género musical tradicional surgido de la fusión de expresiones culturales del norte de Colombia: canciones de los vaqueros del Magdalena Grande, cantos de los esclavos africanos y ritmos de danzas tradicionales de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Todas estas expresiones se han mezclado también con elementos de la poesía española y el uso de instrumentos musicales de origen europeo. Esta definición, tomada del Plan Especial de Salvaguardia de la música vallenata, avalado por el Ministerio de Cultura de Colombia, tampoco es exacta ni precisa, ya que a partir de la conjunción de diferentes aportes de las tres razas que mayormente influyeron en la formación de nuestra cultura, se pueden definir todos los géneros musicales no sólo del caribe colombiano, sino de todo el continente. Aunque por un lado propone como área geográfica de su gestación y desarrollo a todo el Magdalena grande, limita la influencia de los pueblos indígenas a sólo los de la Sierra Nevada, lo cual lleva a preguntarnos por la forma en la que determinaron que todos los demás pueblos de ese amplio territorio sólo fueron espectadores pasivos de esta música, cosa que es poco probable y creíble, sobre todo los de la zona de la depresión momposina, poseedores de una gran riqueza musical y dancística.
¿Qué es, entonces, el vallenato? (Se estarán preguntando todos)
La palabra “Vallenato”, como la palabra “Cumbia”, es polisémica, siendo estos los significados más comunes: un conjunto de ritmos musicales, una categoría de mercado en la industria cultural, un género literario y un gentilicio. A pesar de estas diferencias, tanto en Colombia como en otras partes de Latinoamérica se suele hablar de “Vallenato” como una entidad homogénea, sin reparar o tomar conciencia de los diferentes usos y significados que el término tiene en diferentes momentos y contextos.
La singularidad de la música vallenata tradicional, paradójicamente, no la cifran en sus elementos musicales, sino por sus letras, por su contenido literario de estilo narrativo, por medio del cual se expresan las vivencias cotidianas, los registros históricos y los sentimientos de un pueblo, según se registra en el PES.
Respecto a esto se debe decir que las canciones vallenatas no son predominantemente narrativas sino lírico/descriptivas. El hecho de que se usen figuras literarias y se relaten historias no convierte al vallenato en un género literario, como dice Juan Gossain, ni lo convierte en eminentemente narrativo el hecho de que Gabo dijera que Cien años de soledad es un vallenato de 350 páginas o que sus novelas y esta música están tejidas con la misma hebra. Las canciones vallenatas son un subgénero de la canción popular, que a su vez deriva de la poesía lírica, que si es un género literario.
Como gentilicio, particularmente por parte del investigador y compositor Tomás Darío Gutiérrez, el término vallenato se usa de manera inadecuada, diciendo que los habitantes de lo que él llama “País vallenato” o “Valle del Cacique Upar” son vallenatos, cosa que no es cierta, ya que no existe un poblador de este extenso territorio, salvo los Valduparenses, que se consideren Vallenatos, caso contrario a lo que sucede con el gentilicio Sabanero, que se convierte en una especie de meta-gentilicio o gentilicio regional, por lo cual es posible escuchar nombrar a uno u otro individuo como: Sabanero de Corozal o Sabanero de Sahagún, llegando a incluirse bajo este apelativo a personas de zonas geográficas tan diversas como Los Montes de María, la Mojana o la propia Sabana y el bajo Sinú. El término Vallenato no genera nexos de identidad entre los habitantes del antiguo Magdalena grande, más allá de Valledupar, como si lo genera el término Sabanero entre gran parte de los habitantes del viejo Bolívar grande.
Es necesario detenerse en El Valle del Cacique Upar, que es una entidad construida a partir de la mezcla de conceptos políticos, geográficos y culturales, buscando la unicidad de un territorio que es, en esencia, plural, abarcando en ocasiones desde el cauce bajo del río Ranchería y, en ocasiones, desde la alta Guajira hasta la desembocadura del río Cesar en el Magdalena, pasando por todas las tierras que este baña en su tránsito entre la Sierra Nevada y la serranía de Perijá, incluyendo, también, a veces a todas las tierras ubicadas en la margen oriental del río Magdalena, por lo que esta entidad no tiene unas fronteras claramente definidas, tanto, que el profesor Abel Medina Sierra asegura que en el libro Cultura vallenata: origen, teoría y pruebas, hay cinco o seis delimitaciones diferentes para ese valle, haciéndose bastante difícil de aplicar así el concepto.
Geográficamente este territorio abarca el valle de varios ríos, no sólo el del Cesar, entre los cuales se cuentan el Magdalena, el Ranchería y el Ariguaní, además del Badillo, el Guatapurí y el Tocaimo, entre otros tributarios de aquellos, por lo cual no es correcto llamar a todo ese extenso territorio como Valle de Upar.
De acuerdo a lo establecido por el doctor en Geografía Ángel Massiris, en su artículo: Proceso de territorialización de la música vallenata, el río Cesar era llamado Upar a mediados del siglo XIX, y fue llamado Xiriri tres siglos antes, referenciando cerca de su desembocadura la población de Thamara, hoy conocida como Tamalameque y que sería la capital de la Provincia de Pocabuy, perteneciente a la Gran nación Chimila, que no estaba bajo el dominio del cacique Upar, como sugiere Tomás Darío en su delimitación del valle y los dominios del cacique que le da nombre. Este valle es, o fue, mucho más pequeño de lo que se dice que es.
El territorio de gestación del vallenato, considerando esto, queda referido con mayor exactitud al antiguo Magdalena grande, los actuales departamentos de Cesar, Guajira y Magdalena, donde hubo diferentes polos de desarrollo que propiciaron el desarrollo de esta y otras músicas del Caribe colombiano, que se mantienen en permanente diálogo e intercambio.
Como categoría de mercado de la industria cultural musical se extiende a todas las músicas de acordeón del caribe colombiano, las cuales, a partir de Consuelo Araujo, son vistas, ideológicamente, como derivadas de la música vallenata y es por esto que se habla de las tres escuelas: vallenata-vallenata, vallenata-bajera y vallenata-sabanera, sin comprender que todas estas músicas, aunque compartan una conformación instrumental básica e incluso unos orígenes similares, conservan sus diferencias que no las hacen derivarse a las unas de las otras, ni convierten al vallenato en el tronco genésico de las otras. Todas estas músicas permanecen influyéndose y enriqueciéndose, trascendiendo los regionalismos mezquinos que pretenden desconocer la realidad histórica, amañándola en ocasiones. Que el término vallenato se haya extendido a todas las músicas de acordeón del caribe colombiano no sólo obedece al discurso de identidad con alcance nacionalista y pretensiones universales que se ha forjado a su alrededor, sino a que es una marca comercial poderosa, la estrella de la industria cultural colombiana, bajo la cual es más fácil vender muchos productos que, en realidad, no lo son.
Como género o subgénero, se conoce como vallenato a algunos ritmos o aires específicos y bien delimitados musicalmente de la música de acordeón del caribe colombiano, a saber: Son, Paseo, Puya y Merengue, los cuales fueron instituidos y canonizados como los auténticos de esta escuela, estilo o tendencia, a partir de la creación y consolidación del Festival de la Leyenda Vallenata, a pesar de que el término es aplicado, indistintamente, por gran parte de los actores de la industria musical para referirse a otros ritmos, apareciendo como un término abarcador que une bajo esta marca a prácticamente todas las músicas de acordeón del caribe colombiano.
Se debe tener presente en este punto la gran carga de elementos mitificadores que se han empleado en la construcción histórica de un sentimiento regional, como el de la fusión triétnica presente en la génesis establecida para todas las músicas del caribe colombiano, entre otras del país y la región, por lo cual se busca, de manera poco creíble e indemostrable hasta el momento, emparentar la música vallenata con las músicas de acordeón interpretadas en las cumbiambas de registradas por viajeros en Ciénaga y Riohacha en el siglo XIX o por Rangel Pava en Guamal, a principios del siglo XX.
No es posible saber qué música se interpretaba, realmente, en las cumbiambas presenciadas en el siglo XIX y, hasta el momento, no se han reinterpretado las partituras aportadas por Rangel en su libro “Aires Guamalenses”, para establecer si los ritmos homónimos a los canonizados en el festival son, también, música vallenata o corresponden a otros ritmos, propios de las músicas de gaitas y flautas de millo, que aún se interpretan en la zona. Es importante tener en cuenta, también, que con estos mismos nombres se denominan ritmos en las músicas de otras regiones y países del Gran caribe, que no son exclusivos de la música vallenata.
Gutiérrez Hinojosa asegura que la música vallenata proviene de una tradición antiquísima y que el acordeón sólo vino a remplazar las gaitas interpretadas por los indígenas, pero no existe evidencia de que en la música de gaitas y menos entre los pueblos de la Sierra Nevada se compusieran piezas que se puedan considerar vallenatas, tal como conocemos a esta música desde que empezó a grabarse. Si se va a generalizar llamando como tal a cualquier música interpretada en el territorio de gestación del vallenato es otro asunto, pero poco riguroso y más bien acomodaticio.
El vallenato desde la musicología
En el ámbito musical la definición más pertinente que he encontrado acerca del vallenato, la ofrece el profesor Roger Bermúdez en su libro Dimensiones y pautas analíticas de las músicas populares: el vallenato como referente, donde dice que el vallenato, desde la musicología, fundamentada en la discografía y los festivales, es una categoría, discurso, escuela o lenguaje dentro del universo de la música de acordeón en el Caribe colombiano, generado para acompañar los cantos campesinos y posteriormente populares, normado primordialmente por el estilo del músico Luis Enrique Martínez Argote y desarrollado por varios intérpretes, estilos, formatos instrumentales y periodos, aclarando que esta definición no pretende ubicarlo como el alfa de este género musical en tanto que hubo un periodo de gestación marcado por la inconcreción de un lenguaje complementario indiferenciado al canto.
Esta definición que puede parecernos obvia, pero no lo es tanto, en la medida en que antes de esta publicación no se había realizado una definición tan clara y precisa de esta música y, lo más importante, es que en ella se da primacía al ámbito musical, sin dejar de lado lo literario de los cantos, que es lo que generalmente se resalta. El vallenato es un subgénero musical cantado, hallándose en sus letras una gran riqueza, particularmente lírica, que lo destaca entre las otras músicas de acordeón del país y probablemente del mundo; sin embargo, este aspecto no debe ni puede desligarse del aspecto musical sin caer en la posibilidad de destruir la unidad litero-musical que constituye a las canciones. Otras músicas de acordeón son primordialmente instrumentales y en las cuales el canto ocupa un lugar destacado, de encuentran estilos compositivos y de interpretación diferentes a los predominantes en el vallenato y que no son, necesariamente, mejores ni peores, muy cercanos en ocasiones al estilo empleado en las puyas y sones vallenatos, los aires más antiguos de esta música. Vale la pena recordar, también, que los más altos grados de lirismo y de secuencias narrativas y descriptivas están presentes en los Paseos, el aire mayormente grabado de la música vallenata y en un bastante menor grado en el merengue, por tanto, no se puede hablar de una gran riqueza literaria en las canciones vallenatas en general sino en el Paseo en particular.
Este libro del profesor Bermúdez es un rompeaguas en la vallenatología que espero sea dimensionado adecuadamente, tanto en la academia como en el inconsciente colectivo popular, permitiendo que se puedan reevaluar muchas ideas incorrectas acerca de esta bella, apasionante y tan comentada música.
Conclusiones
De acuerdo con todo lo expuesto, como conjunto de ritmos musicales el vallenato se limita a los aires festivaleros: Paseo, Son, Merengue y Puya.
Como categoría de mercado en la industria cultural, se debe tener presente que abarca a todas las músicas interpretadas con acordeón en la actualidad, incluyendo las fusiones con música urbana, tan repudiadas por los puristas. Esto no es correcto, pero es lo que ha hecho carrera en la industria musical. A algunos temas de antaño también se les nombra como vallenatos sin serlo en estricto, como Los sabanales o Mi compadre se cayó, lo que indica que el fenómeno no es reciente, como tampoco lo es que los grandes intérpretes de música vallenata incluyeran en su discografía temas que no son ni se nombran equivocadamente como vallenato, tales como: La cumbia Cienaguera por Luis Enrique Martínez, Chacunchá por El Binomio de Oro o La chamita por Jorge Oñate.
El vallenato no es un género literario ni todas las canciones vallenatas de la época dorada son poemas y no se deben excusar o justificar estas afirmaciones con la intención de resaltar y valorar lo propio. La mejor forma de hacer esto es dimensionar las cosas en su justa medida y no caer en arrebatos subjetivistas mitificadores.
Como gentilicio el término vallenato sólo es aplicable a los Valduparenses. Los límites del Valle del cacique Upar no son los atribuidos por Gutiérrez Hinojosa y el origen y desarrollo de la música de acordeón y la vallenata en particular trasciende sus límites, por mucho.
Es de suma importancia, por lo menos en el ámbito académico y en los escenarios de investigación seria, tener en cuenta los diferentes significados que tiene el término vallenato, para evitar caer en ambigüedades e incorrecciones y tener de presente, en lo posible a definiciones dadas desde la musicología, como la aportada por el profesor Bermúdez Villamizar que, como todo concepto es susceptible de ser reevaluado, pero hasta el momento es el más pertinente y adecuado.
Luis Carlos Ramírez Lascarro