Política y religión, dos víctimas inocentes

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Por: Stevenson Marulanda Plata

 smarulop@hotmail.com

La Virgen de los Remedios llegó a Riohacha confundida, igual que Cristóbal Colón cuando se tropezó con América. Ella y su hermana de advocación, la Virgen del Rosario, se embarcaron juntas  por orden de los Reyes Católicos de España con destino a estas tierras de Dios.

Y, por orden expresa de Isabel, Nuestra Señora de los Remedios iría para Santa Marta y Nuestra Señora del Rosario para Riohacha, pero en el camino se enredaron y por esas cosas raras de la vida la Virgen de los Remedios vino a parar aquí, a Mushiima (así le dicen los wayuu a Riohacha); en cambio llegó a Santa Marta Nuestra Señora del Rosario.

Desde aquel lejano tiempo, siglo tras siglo, generación tras generación, y aunque las centurias, el comején y la carcoma han ruñido sus extremidades originales, Ella sigue ahí. Nuestra Señora de los Remedios no le ha fallado a su pueblo. A través del tiempo la ha  defendido de piratas y corsarios, de pestes y de hambrunas, y no  ha dejado de prodigar con profusión favores y milagros personales, y de dispensar toda clase de remedios para todos los males del pueblo de Riohacha; es su Santa protectora.

Con el paso del tiempo, toda Riohacha y La Guajira toda se han compenetrado tanto con el cariño y la gratitud de su defensora que la tratan de una manera más terrícola y amigable, llamándola como a cualquier vecina, La Vieja Mello. La devoción, la veneración, la fe y la religiosidad hacia La Vieja Mello cada dos de febrero, día de su celebración en Riohacha, mueven la espiritualidad empacada en la elegancia natural y estatuaria de los morenos cuerpos costeños, en racimos sudorosos de mil colores femeninos de encajes de lino y olán, y envuelta en blanco de guayaberas masculinas olorosas a María Farina.

Son incontables las centenas de miles de fervorosos creyentes y promeseros de todas las razas, edades y géneros, y de todas las condiciones socioeconómicas, que confluyen a su catedral ubicada en la Plaza José Prudencio Padilla, llamada así en honor al mulato general riohachero, el único almirante negro de Colombia hasta hoy, héroe y mártir de nuestra guerra de independencia, que derrotó al Imperio a lo largo y ancho de los caminos del Mar Caribe. El glorioso paisano de Francisco el Hombre, calumniado de traidor fue fusilado, sin uniforme y sin insignias, en un juicio sumario, blanco y centralista, y su cuerpo abandonado y humillado hasta el hedor de la muerte en una horca en la Plaza de Bolívar, de Bogotá, un frio y paramuno 2 de octubre de 1828.

Los políticos de Colombia que respiran vida espiritual por todos sus poros y son muy temerosos de Dios y de que el mal les infecte el alma, cada año buscan recargar esa fuerza moral que los mantenga alejado de la tentación del pecado y les permita mantenerse sin vacilación dentro de los cánones éticos de la honestidad y del respeto por la ley y la dignidad del prójimo; es por eso que en ese festejo religioso acuden masivamente a purificarse como la Virgen María después del parto del Niño Jesús en las fiestas de las candelas, recibiendo una vela encendida y bendecida por el Obispo cada dos de cada segundo mes. Ese dos ve uno la plaza de Padilla y sus alrededores llenas de pesadas y lujosas camionetas, y ve las naves de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios reventándose de calor y de políticos sudados enjaquimados en guayaberas blancas y gafas negras como los vidrios de sus carros.

No solo están los morenos y trigueños de todos los rincones de la Guajira, sino los de Valledupar, de Santa Marta, de Barranquilla y de toda la costa, y más de un cachaco, pellejo de gallo fino del centro del país, como les decía el nobel de Macondo a los gringos  de las bananeras, hay en estas sacrosantas fiestas.

Pero, ojo, ese fervor tiene comportamiento de pico y placa. En épocas electorales la cota espiritual se desborda. En elecciones nacionales vienen hasta candidatos presidenciales y aspirantes al Senado de todas las listas buscando costosos ‘amarres’ y mercadeo de votos étnicos, analfabetas e ignorantes, cautivos en toda nuestra geografía indígena. Después, luego del vía crucis y del calvario de la vela, los pobrecitos, así y todo, agotados y deshidratados, se le enfilan con desespero protagónico a los pasos de la procesión para cargar La Patrona. También dice la tradición que estos dos actos de fe son indispensables para ganar las elecciones, o en otros tiempos para lograr un corone de marimba.

Menos mal que el dos de febrero como todos los días trae su propia noche, y ahí viene el desquite: ríos de Old Parr – por cuenta de los señores de las camionetas blindadas que se purificaron con la vela bendecida por el Obispo y que cargaron a la Patrona – se deslizan con desenfreno por galillos sedientos, acompañados de la gula del colesterol en chivo y tortuga al ritmo del Vallenato más caro de toda la comarca de Francisco el Hombre. Para las elecciones municipales y departamentales el despelote es igual. Es de notar que la tradición es machista, no permite darles velas a las mujeres ese día.

 

 

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