Los intríngulis de un estadio de futbol

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Valledupar, la capital mundial del vallenato, orgullosa de su templo para reverenciar la música y el festival vallenato, se apresta ahora a construir otro templo para cultivar y atender a los amantes del deporte, más concretamente del futbol.

Con bombos y platillos es anunciado un proyecto ambicioso y multifuncional alrededor del estadio de futbol, cuyo costo total e integral ascendería a la no despreciable suma de los 170 mil millones de pesos, de los cuales ya han sido aprobados algo más de 40 mil millones con destinación esencial para una gradería con capacidad para 5500 espectadores.

El proyecto en mención se levantará imponente en el mismo sitio que hoy ocupa el viejo  y destartalado estadio municipal, próximo a ser demolido. Lógico, por su magnitud deberá echar mano de predios aledaños, inclusive aquellos ocupados hace más de 4 décadas por una veintena de familias, organizados en el barrio Pablo VI, cuyos miembros han nacido o envejecido ahí.

Loas para el gobierno departamental, líder y gestor de un macro proyecto que debería traspasar las fronteras limitadas de su mandato. Sin duda, el  estadio es una necesidad sentida no solo para los valduparenses, mas también para aquellos vecinos de otros municipios y departamentos que demandan bienes y servicios en Valledupar, erigida en capital del País Vallenato o núcleo de una Ciudad – Región por obra y gracia a su privilegiada posición geoestratégica. Más sentida aun cuando ha adoptado un equipo de futbol con ambiciones a escalar al futbol profesional.

Podrían ser mayores las bienaventuranzas si el proyecto no incubara los  gérmenes de la  frustración; de que los hay, los hay, amenazando la realización de la obra en su integralidad. Quizás lo menos grave es el desarraigo  sobreviviente para las familias expropiadas de su barrio, aunque a éstas podría dárseles un tratamiento humanitario y no simplemente pragmático. Cómo olvidar que la razón de ser del Estado es la dignificación del hombre/mujer. Lo demás son tonterías.

Hay falencias estructurales, falencias que ya parecen connaturales al devenir histórico de estos pueblos en la retaguardia de los subdesarrollados. El proyecto del Estadio, tal cual ha acaecido de tiempo atrás con los pocos proyectos ‘representativos’ anunciados, no son socializados con las comunidades. Simplemente el gobernante de turno acoge una iniciativa cualquiera, la convierte en proyecto y la anuncia dando por hecho que será del beneplácito de la comunidad. Lo primero que denota tal actitud es ausencia de interlocución en la sociedad civil. Lo segundo es un algo de populismo en los gobernantes, aspirantes a pasar a la historia con una obra de impacto, al creer que interpretan una necesidad básica sin parar mientes en los ‘pormenores básicos’.

Otra falencia estructural hace alusión a la poca garantía de continuidad de la obra. Hay que procurar que esta ilusión no sea flor de un día. Una obra de esta magnitud – 170 mil millones de pesos, 3 o 4 graderías para acoger sentados a 20.000 espectadores, centros comerciales interno  y externo, embellecimiento del entorno, etc. – merecería un acuerdo fundamental de representatividad política para blindarla a futuro. En concreto, la preocupación es que el estadio quede reducido al ingente esfuerzo de la actual administración, esto es, a una sola gradería, mientras el resto quedaría convertido en elefante blanco.

A propósito. ¿Tamaña inversión no aconsejaría, para su retorno social y económico, una política sostenida para fomentar el deporte, sobre todo  el futbol, es decir, hacer del deporte la mayor fuente y herramienta de equidad social? Aprendamos de la experiencia del coliseo Julio Monsalvo Castilla.

Valledupar crece a ritmo acelerado. La imagen de Valledupar en el interior del país es significativamente positiva como destino inversionista; es un imán. Lo peor que puede ocurrirle es lo que le está ocurriendo, rezagarse en la acción pública. Luego, la prospección, visión y planeación de la ciudad debe ser consecuente, inclusive adelantada a ese crecimiento.

Debiera ser un axioma: las macros obras por construir en una ciudad deben obedecer a una planeación impecable, priorizándose lo que debe priorizarse. Desde luego, en ese ejercicio es vital la articulación de los entes territoriales, ejemplo para que los otros sectores representativos se animen a articularse en contra de la insularidad.

 

 

 

 

 

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