De Veras, ¿Somos Ignorantes?

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Hace poco cayó en mis manos la obra póstuma de Umberto Eco titulada “El salto de la estupidez a la locura”, cuyo tema central no es otro que la crisis ético-moral del mundo actual, articulándose con el pensamiento de la modernidad líquida de Zygmunt Baumman y las ideas esbozadas por Mario Vargas Llosa en su ensayo “La civilización del espectáculo”.

Sí, estamos sumidos en una profunda crisis que toca todos los estamentos de la sociedad donde reina el afán por tener likes o seguidores en las redes sociales, el desespero por dispersarnos en el entretenimiento, la ausencia de la introspección, la exaltación por lo fácil y superficial que deja fuera de juego lo verdaderamente esencial. La insoportable levedad del ser que vaticinó Milan Kundera en aquel ya lejano 1984; qué coincidencia que la obra profética de Orwell, publicada en 1949, tenga como título ese numerito, pero no es el momento de deternenos en oráculos o hipótesis conspirativas.

Estamos en la edad de la imagocracia es decir, el poder de las imágenes que resta importancia a prácticas como la lectura, la escritura o el diálogo personal. Es un problema complejo ante el cual muy pocos levantan la voz, y quienes lo hacen corren el riesgo de ser apedreados por la turba enloquecida que se escandaliza –y se ofende – cuando Vargas Llosa afirma que “los pobres no leen porque son ignorantes y los ricos [no leen] porque le dan poca importancia a la cultura y la literatura, y también son ignorantes”, pero guarda silencio ante los feminicidios, la explotación infantil o el conflicto en medio oriente.

¿Qué quiso decir realmente el Premio Nobel de literatura 2010?

La filosofía del lenguaje exige que antes de adentrarnos en una discusión aclaremos los términos, nociones o conceptos sobre los cuáles vamos a debatir. Somos seres simbólicos inmersos en un mundo que exige ser interpretado. El lenguaje, que interpretamos o que usamos para interpretar, tiene ciertas particularidades. Santo Tomás, usando una idea aristotélica, dice que hay términos unívocos, equívocos o análogos dependiendo de si posee un solo significado, varias significaciones o si se refiere a dos realidades en un sentido parcialmente igual y parcialmente distinto.

La Real Academia de la Lengua Española define la palabra ignorante como aquel “…que no tiene noticia de algo”.

Lastimosamente, el escritor peruano tiene razón. No leemos porque ignoramos, es decir, no tenemos noticia del poder liberador que encierran los libros y quienes sí lo saben – perdón si suena a conspiración – intentan ocultar esta buena noticia usando una técnica que está dando resultado y que no es otra más que esconder la información importante en un mar de desinformación, para resumirlo en dos palabras: hacen ruido.

Mientras reflexionaba escribiendo estas líneas, por WhatsApp me escribió una amiga que ejerce su actividad docente en un colegio privado de la ciudad. Aterrada me contaba que la madre de uno de los chicos que tiene a su cargo le escribió una misiva, casi que regañándola por obligar a su hijo a leer cuando el angelito preferiría meterse de cabeza en los videojuegos, montar bici o simplemente hacer nada.

Hasta ese punto hemos llegado. Es cierto que leer por obligación no produce como efecto el hábito lector, como diría Jorge Luis Borges “el placer no es obligatorio y la lectura es un acto que genera placer”, pero tampoco podemos desconocer que el 90% del comportamiento humano es aprendido, que el ejemplo arrastra incluso más que una orden y por último que a un docente le queda muy difícil ‘obligar’ a un estudiante a leer cuando este, jamás en su corta vida, ha recibido el buen ejemplo de la lectura.

Un viejo vallenato dice que “el maestro va a la escuela a brindar la educación que ningún padre a su hijo le puede brindar en la casa”, es cierto como también es cierto que hay un tipo de educación, quizá la más importante, que sólo se recibe en el seno del hogar. Escuela y hogar son los ejes que, actuando de manera articulada a través de procesos de formación integral, podrían cambiarle la cara a esta sociedad y detener el proceso de idiotización en que estamos sumidos.

 

 

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